Los Vendedores de limonada

 

por Frank Thomas Smith

 

Casi todos los ni�os se ponen muy contentos cuando llega la �poca de vacaciones. Para empezar, no tienen que ir a la escuela. Y se van con sus padres al mar o a la monta�a, as� que es f�cil entender por qu� esperan el verano tan ansiosamente.

���� Mar�a, en cambio, era distinta. No le gustaban las vacaciones porque no ten�a nada que hacer, salvo dar vueltas por la casa y mirar televisi�n. A ella le gustaba la escuela y las vacaciones de verano le parec�an demasiado largas.

���� Su familia no ten�a dinero para salir de vacaciones porque su pap� hab�a perdido el empleo y no pod�a trabajar a causa de un accidente de trabajo. Su mam� se ganaba la vida limpiando casas y ten�a que trabajar todo el a�o o no habr�an tenido con qu� comer. El pap� de Mar�a dec�a que no deb�an quejarse de su suerte porque hab�a otra gente que estaba mucho peor que ellos, y que deb�an tener fe en Dios. Mar�a ten�a fe en Dios y siempre rezaba sus oraciones a la noche, pero lo mismo no quer�a que llegara el verano.

���� Sus compa�eros de grado ya hab�an empezado a hablar sobre lo que har�an durante las vacaciones. Algunos se iban a ir a C�rdoba, otros a Mar del Plata, Y otros por lo menos ir�an a colonias de vacaciones todos los d�as. Mar�a escuchaba y no dec�a nada.

���� Un d�a, durante el recreo, M�nica le pregunt�: "�Ad�nde te vas de vacaciones, Mar�a?" M�nica sab�a que Mar�a no se iba a ning�n lado, pero quer�a avergonzarla delante de los otros compa�eros porque Mar�a era mejor alumna que ella y siempre se sacaba notas m�s altas.

���� - No voy a ninguna parte - contest� Mar�a.

���� - �Por qu� no? - le pregunt� M�nica y las otras ni�as la miraron con curiosidad.

���� Mar�a sinti� que los ojos se le llenaban de l�grimas.

���� - �Y a vos, qu� te importa? - dijo y se fue corriendo al aula.

���� La maestra estaba escribiendo algo en el pizarr�n cuando Mar�a entr� y se sent� en su banco. Mar�a sac� un libro de su mochila y simul� leer.

���� - Todav�a quedan diez minutos de recreo, Mar�a - dijo la maestra.

���� Mar�a no respondi�.

���� La maestra se dio vuelta y la mir�, y pens�: "Algo le est� pasando �ltimamente a Mar�a. Tengo que averiguar qu� es." Pero ella tambi�n ten�a sus propios problemas y sus planes de vacaciones, as� que se olvid� de Mar�a.

���� El mi�rcoles de la primera semana de vacaciones, son� el timbre bien temprano en casa de Mar�a. El pap� estaba tomando mate y leyendo el diario. Mar�a estaba lavando unos platos. Cuando fue a abrir la puerta, se sorprendi� al ver que era Marcos, un ni�o que estaba un grado m�s arriba que ella en la escuela. Marcos se qued� parado en el umbral, con las manos en los bolsillos, sin decir nada. Mar�a tampoco sab�a qu� decir, as� que se quedaron los dos ah� parados.

���� - �Qui�n es? - pregunt� desde adentro el padre de Mar�a.

���� - Marcos, de la escuela - contest� Mar�a.

���� - Bueno, invitalo a pasar.

���� Marcos entr� y se qued� parado en la cocina mirando el piso. El pap� de Mar�a le pregunt� si quer�a tomar algo y �l le dijo que no. Era obvio que se sent�a inc�modo. No era com�n que un ni�o de la edad de Marcos (ten�a once a�os) jugara con nenas. Estaba todav�a en la edad en que los ni�os y las ni�as jugaban separados, y cualquier ni�o que tuviera algo que ver con una ni�a corr�a el riesgo de ser centro de las bromas de sus amigos. Pero Marcos decidi� que ya que hab�a llegado tan lejos, ir�a hasta el final.

���� - Te o� decir durante el recreo un d�a que no te ibas de vacaciones - le dijo a Mar�a casi sin mirarla.

���� Mar�a asinti� con la cabeza.

���� - Bueno, sab�s, yo pens�, bueno, yo tampoco me voy de vacaciones, as� que pens� que podr�amos--

���� - �Pero qu� buena idea! - exclam� el pap� de Mar�a.- Ustedes dos que se han quedado en casa pueden hacerse compa��a. �Es eso lo que quer�as decir, Marcos?

���� - S� - respondi� Marcos poni�ndose colorado.

���� - �Qu� te parece, Mar�a? - pregunt� el padre.

���� Mar�a tambi�n se puso colorada.

���� - S�, tambi�n me parece una buena idea - dijo.

���� - Perfecto. Vayan los dos al living y hablen sobre lo que van a hacer juntos. Y, Mar�a, no te preocupes por m�, mientras tenga mi mate y mi diario, yo estoy bien.

���� Los ni�os fueron al living y se sentaron uno frente al otro en el suelo.

���� - �Qu� te parece que podr�amos hacer, Marcos? - pregunt� Mar�a.

���� - No s�. �Sab�s jugar al ajedrez?

���� - No, pero me gustar�a aprender.

���� - Bueno, eso es algo que podemos hacer. Yo te ense�o. Casi nadie en la escuela sabe jugar. �Sab�as que en Rusia es una materia en las escuelas, como matem�ticas o historia?

��� - Por eso ser�, entonces, que los rusos son tan buenos jugadores.

���� - S�, pero �no o�ste hablar de Bobby Fischer?

���� - El nombre me suena - dijo Mar�a, y era cierto.

���� - Bueno, �l es norteamericano, y jugaba mejor que todos los rusos juntos, y nunca hab�a aprendido a jugar en la escuela.

���� Mar�a no supo que responder a eso y se hizo un silencio durante algunos segundos.

���� - �No tienes un juego de ajedrez, por casualidad? - pregunt� Marcos.

���� - No.

���� - Ma�ana traigo el m�o.

-Tal vez podr�amos ir al cine - dijo Mar�a luego de otra pausa.

-Eso cuesta plata - respondi� Marcos. - �Tu lo tienes?

���� - No - dijo Mar�a, arrepentida de haber hecho la sugerencia.

���� - Yo tampoco, as� que eso queda descartado.

���� - Tal vez podr�amos ganar algo de dinero - se le ocurri� a Mar�a.

���� - �C�mo?

���� - No s�, vendiendo algo.

���� - Pero--

���� Antes de que Marcos pudiera pinchar la idea, Mar�a empez� a contar que una vez hab�a visto una pel�cula vieja por televisi�n en la que unos chicos vend�an limonada en la calle y ganaban suficiente dinero como para ir al cine.

���� - �Tu sabes hacer limonada? - le pregunt� Marcos.

���� - Claro, - respondi� Mar�a - es agua mezclada con jugo de lim�n y az�car.

���� - Bueno, - dijo Marcos, dudando un poco - podr�amos probar.

���� Al d�a siguiente, un s�bado, estaban los dos frente a la casa de Mar�a, pintando un cartel sobre un pedazo de cart�n. Las letras dec�an:

 

Limonada helada - 10 centavos.

 

Cuando terminaron pegaron el cartel con chinches en el frente de un viejo caj�n de madera que iban a usar como mostrador. Sobre el caj�n pusieron un fuent�n que les hab�a prestado la mam� de Mar�a, lleno de limonada casera en la que flotaban grandes trozos de hielo. Luego se sentaron detr�s del mostrador a esperar a los clientes. Esperaron y esperaron, pero no apareci� ninguno.

���� - El problema es que nadie pasa por aqu� - dijo Marcos - Tal vez tendr�amos que ponernos en otro lugar.

���� - S�, pero �d�nde?, y �c�mo? - pregunt� Mar�a - Este fuent�n es muy pesado.

���� - Esp�rame aqu�, ya vuelvo - dijo Marcos y sali� corriendo en direcci�n a su casa. Unos minutos m�s tarde regresaba arrastrando un carrito vac�o. Mar�a no le pregunt� de d�nde lo hab�a sacado, as� que no tuvo que contarle que �l y su pap� lo hab�an usado para recoger papeles y botellas de las pilas de basura hasta que su pap� consigui� trabajo en una panader�a.

���� Cargaron el fuent�n con limonada y el caj�n con el cartel en el carrito y lo empujaron calle abajo. El sol parec�a una pelota anaranjada en el cielo azul sin nubes. Hac�a mucho calor y los ni�os sab�an que la gente deb�a tener sed y que la gente sedienta iba a querer beber su limonada - si es que la pod�an encontrar.

���� Llegaron, as�, al orfanato, donde un grupo de ni�os estaba jugando a la pelota detr�s de una verja de hierro.

���� - Marcos, - dijo Mar�a - ah� est�n nuestros primeros clientes.

���� - �Qui�nes, los hu�rfanos?

���� - S�.

���� - Pero ellos no tienen plata.

���� - Ya s�, pero les va a gustar mucho y siempre podemos hacer m�s.

���� Antes de que Marcos pudiera protestar, algunos ni�os ya se les hab�an acercado corriendo y los miraban atentamente desde el otro lado del port�n del orfanato.

���� - �Quieren limonada? - les pregunt� Mar�a.

���� Una ni�ita peque�a que se chupaba el dedo dijo que s� con la cabeza. Mar�a le sirvi� un vaso y se lo pas� a trav�s del port�n. Cuando hubo terminado, Mar�a volvi� a llenar el vaso y se lo alcanz� a un peque�ito al que le chorreaba la nariz. Al ratito se hab�a formado una larga cola del otro lado del port�n y una maestra sali� corriendo a ver que suced�a. La maestra se qued� un rato mir�ndolos y luego les dijo: "�Saben que no pueden pagarles, no?"

���� - No importa - respondi� Marcos. Las caras felices de los ni�os lo hab�an hecho olvidarse del dinero.

���� Cuando todos los ni�os terminaron de tomar la limonada, la maestra pidi� un poco tambi�n. Mar�a le pas� un vaso con lo que quedaba. La maestra le dio diez centavos, bebi� la limonada, y dijo: "Ahora no les queda nada, �qu� van a hacer?

���� - Preparar m�s - le respondi� Mar�a.

���� - Hay un partido de f�tbol en la plaza dentro de un rato - dijo la maestra. - Tal vez podr�an venderla all�.

���� - Esa es una buena idea, - dijo Marcos - muchas gracias.

���� - �Gracias a ustedes! - respondi� la maestra - Ah, y les recomiendo que se consigan algunos vasos de pl�stico. A alguna gente puede ser que no le guste tomar del mismo vaso que los dem�s.

���� - �Ah, no hab�amos pensado en eso!- dijo Mar�a - Pero, �d�nde vamos a conseguirlas? No tenemos plata.

���� - Esp�renme un minuto - dijo la maestra y dando media vuelta entr� al edificio. A los pocos minutos estaba de vuelta con seis vasos de pl�stico que entreg� a Marcos a trav�s del port�n.

���� - Esto es un regalo. Ustedes nos hicieron un hermoso regalo a nosotros, as� que nosotros tambi�n queremos darles algo.

 

���� Mar�a y Marcos corrieron a casa, volvieron a llenar el fuent�n con agua, recogieron limones del �rbol y los exprimieron para agregar el jugo al agua. Buscaron otro fuent�n m�s chico en el cual lavar los vasos usados y, ya listos, empujaron su carrito hasta la plaza, donde el partido ya hab�a comenzado. Hab�a unos veinte o treinta espectadores.

����������� Los ni�os ubicaron su puesto de limonada cerca de la mitad de la cancha y se pusieron a esperar.

����������� Pero no por mucho tiempo. Su primer cliente, el �rbitro, les pidi� un vaso de limonada y les dijo que les pagar�a despu�s. Se tom� el vaso de un trago y volvi� corriendo a la cancha. Todos lo vieron y algunos espectadores se acercaron por curiosidad. Todos compraron limonada y algunos les pagaron veinte centavos, otros, veinticinco, y uno hasta les dio cincuenta centavos y les dijo, con una sonrisa, que se guardaran el vuelto.

���� Cuando lleg� el medio tiempo, los jugadores formaron una fila frente al puesto y se bebieron toda la limonada. Mar�a y Marcos empezaron a irse con su carrito y un ni�o peque�o, que ten�a una moneda de diez centavos apretada en la mano, les pregunt� si iban a volver. Mar�a le dijo que s�, que volver�an.

���� Cuando regresaron, una hora m�s tarde, el partido hab�a terminado y el �nico cliente que quedaba era el mismo ni�o, que los esperaba sentado debajo de un jacarand�.

���� - Me dijeron que ustedes no iban a volver, pero yo sab�a que s� - les dijo.

���� Mar�a sirvi� un vaso de limonada y se lo dio al peque�o. Marcos estaba a punto de decirle que la limonada era gratis, pero vio que el ni�o quer�a pagar, as� que le recibi� los diez centavos. Luego le pregunt� si quer�a ayudarlos a vender limonada al d�a siguiente, y el ni�o dijo que s�. S�lo ten�a ocho a�os, pero pod�a ayudar, dijo. Se llamaba Nahuel.

���� Ese verano los tres ni�os - Mar�a, Marcos y Nahuel - vendieron limonada todos los d�as. Es decir, a veces la vend�an y a veces la regalaban. Siempre pasaban por el orfanato y les daban a los ni�os limonada gratis.

���� No tardaron mucho en darse cuenta de que el precio de diez centavos no era exacto. Cierto, algunos les pagaban los diez centavos, pero la mayor�a les daba m�s o no les daba nada. Marcos calcul� que de todas maneras igual juntaban un promedio de diez centavos por vaso. As� que tacharon las palabras diez centavos en el cartel y, cuando la gente les preguntaba cu�nto costaba la limonada, le respond�an que costaba lo que el cliente quisiera pagar. Y de esta forma hicieron m�s dinero que cuando cobraban diez centavos.

���� Marcos nunca tuvo tiempo para ense�arle a jugar al ajedrez a Mar�a y, al cine, fueron solamente una vez - los tres juntos, a ver Shreck II, que les gust� mucho a los tres.

���� Cuando comenzaron de nuevo las clases, todos los ni�os tuvieron que contar lo que hab�an hecho en las vacaciones. Algunos hab�an ido a la monta�a, otros al mar, uno hasta hab�a ido a Disney World en los Estados Unidos. Pero los relatos m�s interesantes fueron lo de los vendedores de limonada. Sus maestras les pusieron las mejores notas y sus compa�eros los escucharon boquiabiertos.

���� Mar�a no ve las horas de que lleguen las pr�ximas vacaciones.


© Frank Thomas Smith

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